Los abusos sexuales del clero católico, que se convirtieron en noticia casi diaria, pueden ser vistos como el síntoma máximo de una enfermedad mucho más compleja: la manipulación espiritual. Un mal que afecta a miles de fieles bienintenciados de todo el mundo y de toda religión que pierden, como mínimo, el tiempo, su dinero y, quizá su fe, y como máximo son víctimas de abusos mayores. Pero ¿cómo descubrir hasta dónde uno vive su fe de forma sana, y hasta dónde interviene como eslabón en una cadena de explotación psicológica?
En Intoxicados por la fe, su último libro, Bernardo Stamateas, pastor, sexólogo y teólogo best seller, identifica dieciocho clases de espiritualidades nocivas, que echan manos a viejas culpas y crean, en lugar de seguidores, adictos serviles. Antes de largarse a investigar, Stamateas apeló a sus seguidores: quiso que les enviaran sus propias experiencias de fe tóxica. En un día, dice, aterrizaron 1.500 e-mails. “Venía mucha gente que me decía que la religión la había lastimado”, cuenta Stamateas a Crítica de la Argentina. “A uno que se le había muerto el papá le dijeron que era el castigo que le dio Dios porque no tuvo fe. A otro, que le había diagnosticado cáncer, le dijeron que le sucedía porque es lo que Dios le dio para creer. A un fiel que había perdido su hija, le dijeron que era tan linda flor que Dios se la llevó para su jardín. Paralelamente, a mucha gente la fe le sirvió para recuperar su familia, su autoestima. Así que mi objetivo es mostrar cuáles son los elementos de la fe que dañan. Y el peor es cuando la religión te achica la mente y te lleva al fanatismo”.-Crítica Digital