Después de la caída de Adán y Eva, un abismo separó a los humanos de la Divinidad. No obstante, el Padre Celestial siempre mantuvo el contacto con sus siervos humanos. En una época en dónde abundaba el politeísmo con miles de dioses perversos y egoístas, una sola nación fué instruída con la revelación de un único Dios verdadero. Jehová se reveló a Israel como el Dios verdadero, pero también como el Padre de la Nación o pueblo elegido. Así lo atestiguan las palabras que dirige a Moisés: «Y dirás al faraón: ‘Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito’» (Ex. 4: 22). Aunque el Nombre de Dios aparece casi 7000 veces en las Escrituras Hebreas, muy pocos llamaron a Dios como "Padre". Más bien era el Padre del colectivo de Israel. En ésta primera etapa los hombres conocen que hay un solo Dios. Y que se llama Jehová. Éste es el gran avance de la época anterior a Cristo. Un pueblo es rescatado para ser educado en el nombre de Dios y en la realidad de un único Dios verdadero.
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No obstante, la gran revelación, el gran mensaje llegaría en manos del propio Hijo de Dios.
La Paternidad de Dios
Los cuatro Evangelios aluden al nombre "Jehová" unas 68 veces. El evangelio de Juan (el más íntimo en cuanto a las enseñanzas de Jesús) nombra a Dios como "Jehová" solo unas 5 veces. Sin embargo, la expresión "Padre" (en referencia a Dios) aparece solo en los Evangelios, unas 189 veces. Y en el evangelio de Juan aparece unas 109 veces. Ésto demuestra que para Dios y Jesús era muy importante el concepto de filiación Divina. Por esa razón Jesús llamaba Padre tantas veces a Dios cómo podía. El "Padre Nuestro" es su Obra Maestra que nos anima a cultivar esa relación filial con Dios.
«Todo me ha sido revelado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo» (Mt. 11: 27). Esta revelación a la que se refiere Jesús, habla de una relación única en su género, que existe entre el Padre y Jesús. Es una revelación que está colocada en el contexto de instrucciones referidas de manera particular a sus discípulos; es decir, la realidad de la Paternidad divina pertenece a la enseñanza que Jesús reservaba a ellos. «Mi padre» es una expresión de revelación dirigida a sus discípulos, como previamente había advertido el mismo Jesucristo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños».
Abbá (papito) es una palabra que Jesús utilizaba constantemente para referirse a Dios. Y esto es una característica muy particular, algo propio de Jesús. En el conjunto de los textos judíos no encontramos esta fórmula aramea como invocación a Dios. Y la razón de esta ausencia es sencilla: Este término, Abbá, pertenece al lenguaje de los niños; era un término usado en la vida familiar, pero no era exclusivo de los niños; también era empleado por un hijo ya mayor, en sentido de intimidad, cariño y respeto. Ahora, para los judíos era una falta de respeto dirigirse a Dios con un término tan familiar. Pero Jesús rompió esa regla humana, acercando al hombre a Dios. Comenzó a restaurar lo que Adán había perdido.
Sabernos hijos de Dios nos da una profunda confianza. No tememos malsanamente a nadie ni a nada: «Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Confianza porque sé que Dios no puede permitir que un hijo suyo sea perjudicado. Incluso la prueba, el dolor, la enfermedad, se nos presentan como una bendición y oportunidad que nos ayuda a crecer como personas y como cristianos: «Todo es bueno para el que cree». Para sobrevivir a los tiempos que están por llegar es fundamentel crecer en esa relación filial con Dios. Además, al evangelizar es esencial transmitir ese mensaje.